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La medicina y la psicología perdieron el monopolio de la interpretación de las drogas.

La medicina y la psicología perdieron el monopolio de la interpretación de las drogas.

Por:

Julián Quintero

Sociólogo.

 

 

La cara más visible del prohibicionismo ha sido la guerra contra las drogas, que – sea dicho de paso- la ganaron las drogas. Pero la derrota de la cara amable, bonita y light del prohibicionismo, encarnada en las ciencias de la salud física y mental, también ha fracasado de manera estrepitosa. Aquí algunas hipótesis de por qué, al igual que los policías y ejércitos, los médicos, psicólogos y psiquiatras también fracasaron en su intento por acabar con las drogas y con quienes las consumían.

Si algo ha hecho bien el prohibicionismo es dejarnos claro que las drogas son malas, no solo para la convivencia, sino para la salud física y mental de las personas. Nadie puede decir que desconoce que fumar cigarrillo da cáncer; que la muerte por sobredosis de heroína es recurrente; que el basuco degrada la salud física en general y el alcohol produce obesidad, problemas cardiacos y cirrosis. Pero si esto es tan claro para quienes consumimos sustancias psicoactivas legales e ilegales, ¿por qué las personas toman la decisión de usar éstas y otras sustancias, a sabiendas de que puede deteriorar su salud? ¿En qué momento las personas dejaron de hacerle caso a profesionales de la medicina, la psicología y la psiquiatría que tienen como finalidad cuidar la salud física y mental de las personas?

La respuesta no es fácil de encontrar, del prohibicionismo conocemos casi siempre su brazo armado con militares, helicópteros, cárceles, glifosato, policías y comparendos que pretenden evitar que la gente consuma. Lo cierto es que tanto la prevención (no lo haga), como la superación del consumo problemático – mal llamada rehabilitación, (deje de hacerlo)-  son el brazo médico y ligth del prohibicionismo, un enfoque igual o peor de perverso, que busca que la gente no consuma o deje de hacerlo.

Estos enfoques que se suponen “basados en la evidencia”, son usados por profesionales de la salud que realmente solo usan la evidencia que les conviene y vestidos de bata blanca, con un estetoscopio al cuello, voz cálida y en un consultorio, muchas veces abusan del respeto que como sociedad se le tiene a su labor de cuidar la salud de las personas.

Es importante dejar claro que la prevención y la superación del consumo problemático son necesarios, pero que han fracasado en gran parte porque su estrategia está basada en el miedo, la culpa, la exigencia o condicionamiento hacia las personas, mientras desconocen las vulnerabilidades individuales y estructurales que determinan y condicionan el consumo. Estas intervenciones, en la mayoría de los casos, buscan obligar a que la persona tome una decisión de una manera NO autónoma.

Nosotros no estamos en contra de la prevención -de hecho, la hacemos-, ni tampoco de la superación del consumo, siempre y cuando la persona sea quien tome la decisión -, porque también tiene el derecho a no hacerlo-, pues ese es el ejercicio de las libertades individuales que podemos asumir como personas adultas, el que queremos defender.

Pero entonces, ¿por qué este brazo delicado y culto del prohibicionismo también fracasó en su intento por la búsqueda de la abstinencia sesgada y obligada? Aquí algunas hipótesis.

 

  • Imponer el principio bioético de la beneficencia: es una convicción de la bioética médica que tiene como objeto imponer la obligación de realizar un acto en beneficio de la salud al hacer el máximo esfuerzo para curar la enfermedad de las personas.

En la teoría suena muy bien; sin embargo, este principio termina pasando por encima de la opinión, la decisión y la voluntad del paciente, al imponer el punto de vista de cada profesional de la salud sobre el estilo de vida por el que muchos pacientes han optado en relación con el consumo de sustancias psicoactivas legales e ilegales.

Hoy en día el principio de beneficencia no puede estar por encima de la decisión de las personas sobre su propio cuerpo. Lo dice la ética médica pero también lo protege la Constitución Nacional. Por eso existe el derecho a morir dignamente; el libre desarrollo de la personalidad y la objeción de conciencia; a nadie se le puede obligar a un tratamiento de desintoxicación en contra de su voluntad, entre otras garantías; así mismo, la opinión de quienes además de ser pacientes son ciudadanos y ciudadanas debe ser tenida en cuenta.

En conclusión, la aplicación del principio de beneficencia por encima de la decisión del paciente ha hecho que muchas personas no acudan a los profesionales de la salud por que no están de acuerdo con la abstinencia como opción de cuidado, además del hecho de ser señalados, estigmatizados y en muchos casos regañados por su comportamiento.

El daño como única estrategia de persuasión. ¿Y dónde quedó el placer?: el mundo de la medicina y la psicología ha usado la referencia al daño físico y mental de manera descontextualizada y, en muchas ocasiones, poco argumentada, como única estrategia de persuasión para no consumir o abandonar el consumo. Que el cigarrillo da cáncer en los pulmones; que la marihuana desata esquizofrenia; que el alcohol aumenta la presión arterial; que la cocaína produce psicosis, etc. La mayoría de estos casos son asociados al abuso de las sustancias, la calidad de la sustancia, la predisposición y muchos más factores de contexto; no obstante, y a pesar de conocer tantas variables, la decisión de las ciencias de la salud física y mental fue optar de forma consciente y deliberada por esconder los beneficios de las drogas para la salud física y mental. Invisibilizar la referencia al placer, la recompensa y el bienestar fue reduccionista y facilista, lo que hace que se encuentren en una deuda actual para las personas usuarias y no usuarias.

Cuando las personas se dieron cuenta que podían recibir placer, beneficios y gestionar los riesgos y daños derivados del consumo, el personal de la salud física y mental se quedó a medias, se cayó del pedestal, perdió confianza y credibilidad, porque sentimos que no nos contaron toda la verdad de la historia.  Abusar del MDMA-Éxtasis puede matar a una persona, pero todos podemos afirmar que nunca un médico nos dijo que el éxtasis podría llevarnos a avivar la llama del amor en una pareja, afianzar los lazos de empatía con mi grupo de amigos o hasta superar el estrés postraumático de un accidente o de la guerra.

No contar con la opinión de la persona consumidora, la opinión del paciente. Hasta hace poco el único portador de la verdad era el médico y su ciencia “occidental;, desde 1920 en Colombia el consumidor de sustancias ha sido un “interdicto”, “enfermo físico y mental” que no puede tomar decisiones sobre su vida porque está atrapado en “la adicción” que decide por él. Así las cosas, quienes estaban llamados a “salvar” de ese “flagelo” a los terrenales, los l iluminados por la ciencia eran médicos, psicólogos o psiquiatras.

Por ejemplo, los funcionarios antitabaco del Ministerio de Salud me dejaron claro hace unos meses en un debate sobre el vapeo que: “yo, Julián Quintero, estoy preso del cigarrillo por el solo hecho de fumar una o dos veces cada quince días y no puedo tomar decisiones racionales, por eso debo hacer lo que ellos digan”.

Para no ir muy lejos, hoy en día las terapias coadyuvadas con psicodélicos como la psilocibina de los hongos valoran la “experiencia mística/espiritual”, resultado de su consumo, como un insumo para el tratamiento de los traumas. Así mismo es necesario tener en cuenta las razones, emociones, intereses y funciones que median la decisión de tomar drogas por parte de las personas, debe ser fundamental a la hora de tomar una decisión conjunta y concertada sobre la manera de reducir los riesgos y daños en el uso de estas sustancias; pero a la vez se hace necesario informar reflexivamente sobre sus efectos para potenciar los beneficios y los placeres que ellas dan o que el usuario de sustancias encuentra en ellas.

Ni enfermo ni delincuente, simplemente ciudadanx. El Estatuto Nacional de Estupefacientes (Ley 30 de 1986) tipificó penalmente el porte y consumo de sustancias psicoactivas, por lo cual se consideraba a la persona consumidora como delincuente. En el año 1994, con la Sentencia de la Corte Constitucional C-224 – ponencia de Carlos Gaviria inspirada en el artículo 16 de la Constitución Política de Colombia de 1991, se dejó claro que el consumo de drogas hace parte del libre desarrollo de la personalidad y que por tanto una persona consumidora no podía ser tratada como un delincuente, sino que debía ser atendida por el sistema de salud y tratada como una persona enferma.

Para aquel momento fue visto como una evolución importante pasar de delincuente a enfermo. Sin embargo, hoy 30 años después, el trato a las personas consumidoras sigue estancado en la enfermedad desde la perspectiva del abordaje del consumo como un asunto de salud pública. Teniendo en cuenta que menos del 15% de las personas tienen problemas graves derivados del consumo, no es correcto tratar a la mayoría como deben tratarse a la minoría. El tratamiento de enfermo o enferma por consumir sustancias estigmatiza, excluye y segrega. Por tanto, hoy en día a la persona consumidora se le debe tratar como un ciudadano o ciudadana que tiene un comportamiento de riesgo que puede llevarle en algunos casos a una enfermedad física o mental. Por eso, ni delincuente ni enfermo, simplemente ciudadanx.

La prevención y la abstinencia eran la única opción. Desde la perspectiva médica del daño, las sustancias psicoactivas legales e ilegales solo pueden causar malestar en el cuerpo humano y la salud mental, por ello la única opción era “no lo haga y deje de hacerlo”, sin considerar siquiera que podría hacerse de manera moderada, responsable o con fundamento en el autocuidado. A golpe de fuerza tuvieron que entender que la gente que consume sustancias puede ser funcional en su vida general y que la reducción del riesgo y el daño es un enfoque que no sustituye, pero si complementa, a la prevención y la superación del consumo problemático.

La mitigación del daño, la reducción del riesgo y daño, el consumo responsable y ahora lo que se conoce como la gestión de riesgos y placeres, es un enfoque de salud pública que busca que las personas que no pueden o no quieren dejar de consumir sustancias mejoren su calidad de vida, mantengan su funcionalidad y no transiten a consumos problemáticos. La gestión de riesgos y placeres se ha venido consolidando – además – como una acción de movilización social y activismo que reivindica los derechos de las personas consumidoras de sustancias psicoactivas legales e ilegales. La reducción de daños es para todas las sustancias, no para unas solamente, por eso cubre un amplio espectro que va desde las jeringas para el uso de heroína hasta los vapeadores para el uso de nicotina.

La función social de las drogas. Es mínimo el grupo de personas consumidoras que lo hacen en solitario y aislados; usualmente cuando eso pasa, o tienen un consumo problemático (por ejemplo basuco), o hay una relación funcional con la sustancia (por ejemplo café), o hay un ritual de por medio (por ejemplo hongos o ayahuasca). La mayoría de las sustancias psicoactivas legales e ilegales tienen dos características:

  1. Propenden o estimulan la socialización a partir de la desinhibición: es decir que reducen las barreras para la interacción social al disminuir la ansiedad social o los obstáculos de la personalidad que impiden el diálogo y la interacción con mayor fluidez.
  2. Aumentan la libido, la sensualidad, la confianza en sí mismo Algunas sustancias, especialmente el MDMA (éxtasis), son empatógenas (empatía hacia el entorno) y entactógenas (empatía hacia sí mismo). Basta con recordarles el efecto de los tres o cuatro tragos de whisky para tomar confianza y sacar a bailar a la persona deseada, o el efecto afrodisiaco de una pequeña dosis de marihuana o de cocaína.

Diferente a los efectos para la socialización, está la aceptación social que implica estar y hacer lo que hacen “lxs chicxs malxs” en el proceso de transición entre la niñez y la juventud, aquello que llaman adolescencia y donde ese “adolecer” se llena con “un objeto aspiracional” como por ejemplo los vaporizadores, que te hacen ver “cool” ante los ojos de los otros y ser aceptado como uno más de “la manada”.

Una necesidad de encajar que la industria del alcohol y los dispositivos electrónicos de nicotina han sabido explotar y aprovechar muy bien y en la que los adolescentes caen sin remedio para poder “ser” alguien. Que las drogas sirven para ser aceptado socialmente y encajar, claro que sí y lo hacen muy bien.  La labor de prevención y reducción de daños estaría más enfocada en fortalecer proyectos de vida y hacer pedagogía sobre las dinámicas culturales asociadas al consumo en NNAJ, que les brinden herramientas para la toma de decisiones autónomas e informadas desde edades tempranas.

La historia de usos terapéuticos y medicinales. Enceguecidos por la ciencia moderna occidental y desconociendo el rol de las drogas en la historia de la humanidad, las y los profesionales de las ciencias de la salud han sido otro actor víctima y posteriormente victimario de la guerra contra las drogas. En un acto de irrespeto fueron atropellados por la evidencia de la tradición, anclados en el daño y el riesgo y arrodillados ante el dogma del prohibicionismo, no fueron capaces de reconocer los usos medicinales, terapéuticos y rituales de las sustancias psicoactivas. Mas antiguo que el trabajo sexual es el chamanismo, que siempre ha acompañado la evolución de la civilización humana, impulsado por la percepción del mundo que dan las sustancias psicoactivas – más precisamente enteogénicas en este contexto ritual y etnobotánico.

Las ciencias sociales y humanas llegaron a llenar vacíos. Así como la autoridad de la policía fracasó en prohibir las sustancias, pues buscaba acabar con las drogas y las personas consumidoras, también sucedió con las ciencias de la salud física y mental porque básicamente buscaban lo mismo con otro método, al entender este fenómeno desde el daño a la salud física y mental, es decir, un fenómeno de causa y efecto o mejor dicho como lo llaman “un problema de salud pública”.

El asunto es que el consumo de drogas no es un comportamiento causal unidireccional sino un fenómeno social complejo donde un sujeto se “autoadministra” sustancias psicoactivas para obtener placer asociado a la socialización, la productividad, la funcionalidad, la dependencia etc. Dado que lograr el objetivo de drogarse no solo es ilegal, sino también inmoral, antisocial y hasta pecaminoso por la tradición social y moral, esto hace que todo el sistema social se vea involucrado, lo que implica que se necesita de la mayoría de las ciencias sociales y humanas para poder interpretar el fenómeno, no basta con médicos, psicólogos o psiquiatras, sino también ciencia política, derecho, sociología, antropología, trabajo social, historia, economía entre otras.

Para terminar, espero ante todo que esta reflexión no la tomen personal, porque no solo yo, sino toda la sociedad necesita a médicos, psicólogos y psiquiatras, así con sus decisiones epidemiológicas hayan sido culpables -en parte- del caos de salud mental que hoy vivimos por la pandemia y que mucha gente está buscando resolver en las fiestas ayudado por las drogas.

Son cada vez más los profesionales de las ciencias de la salud física y mental que han reflexionado sobre este fracaso y han optado por cambiar de camino, muchos, la mayoría, morirán con las botas puestas del prohibicionismo, la abstinencia y la cesación del consumo como mantra y nunca reconocerán que también son víctimas de la guerra contra las drogas pues se comieron el cuento del prohibicionismo.

Dado que un mundo libre de drogas no es posible y estamos dispuestos a asumir el riesgo y el daño de las drogas a cambio del placer, el bienestar y la funcionalidad que nos generan, les pedimos que nos ayuden a no tener un consumo problemático, mejorar la calidad de nuestras vidas y, ante todo, que nos colaboren a convivir en paz y armonía con las drogas mientras sigamos existiendo como seres vivos sobre esta tierra.

 

 

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