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¿POR QUÉ DROGARSE ES SEXY?

¿POR QUÉ DROGARSE ES SEXY?

“La droga es sexy.      ¡Se tenía que decir, y se dijo!

Por: Daniel Rojas Estupiñan, Psicólogo

María Alejandra Medina, Profesional en Gobierno

Julian Quintero, Sociólogo

Las sustancias psicoactivas legales e ilegales no sólo “dañan”, también cumplen diferentes funciones individuales y sociales que la moral aún no nos permite reconocer, pero que la fuerza de la realidad impone y les da su lugar en la sociedad. En este artículo queremos dar una visión crítica de esa  función social y sexual de las drogas, sus riesgos y sesgos, así como explicar con evidencia, y no juicios morales, porque “La droga es sexy”.

¿La droga es sexy? En este artículo proponemos una respuesta crítica a esta pregunta basada en la evidencia desde enfoques de derechos humanos, históricos, sociológicos y antropológicos, con el fin de superar las visiones que sólo ven en las drogas y específicamente en las sustancias psicoactivas, fuentes de daño físico y moral.

En marzo de 2021 algunos medios de comunicación y líderes de opinión presenciamos una de las mayores expresiones de la hipocresía, o como algunos preferimos llamarlo “morronguería” moral colombiana, frente al consumo de drogas. Ésto, cuando Carolina Sanin, escritora, columnista, actriz y conductora del programa de opinión “Mesa Capital” de Canal Capital (canal público de televisión de Bogotá), expresó de forma contextualizada una frase que causó incomodidad en sectores conservadores y sensacionalistas:

“(…) la droga es sexy, nos atraen las personas que consumen o el glamour que rodea la droga”.

Una ola de trinos, opiniones y hasta entrevistas empezaron a catalogar de forma moral aquel programa como incorrecto, alarmante y preocupante.

Empecemos. El señalamiento moral que se dio en redes y que escaló instancias políticas y de control, dejó en evidencia de manera puntual varios aspectos:

En primer lugar, el contexto. Estos señalamientos y acusaciones, que aislaron y descontextualizaron dicha afirmación, evidencian que abordaron la totalidad de la discusión que transmitió el programa de manera irresponsable, pues se lanzaron acusaciones sobre la frase y el programa, ignorando temas como la posibilidad de un nuevo abordaje en el consumo de sustancias psicoactivas basados en los derechos humanos y la evidencia. En el programa se dieron datos puntuales y no refutables sobre la fracasada guerra contra las drogas, así como sus altos costos sociales, económicos, de derechos humanos, de salud pública e incluso de vidas, pero esto pareció no alarmar de la misma manera a la opinión pública o a algunos políticos y medios de comunicación (que no son lo mismo que la opinión pública). Incluso, durante la transmisión se hizo un llamado a políticas públicas que respondan a la realidad y necesidades de las personas que consumen sustancias psicoactivas legales e ilegales. 

En segundo lugar, fue evidente el alarmismo histriónico y oportunista de algunas personas para figurar, por encima de realizar un debate serio e importante de un fenómeno que no desaparecerá y que presenta un alto impacto socioeconómico. Incluso la instrumentalización de esta afirmación para protagonismos políticos que desencadenaron una investigación administrativa contra Canal Capital por parte de la Comisión de Regulación de Comunicaciones, CRC, a partir de la denuncia presentada el 18 de marzo pasado por la Concejal de Bogotá Lucía  Bastidas, quien se caracteriza por su eufórica y efervescente forma de atacar las causas progresistas – vengan de la izquierda, el centro, la ciencia, el arte o la literatura -, así como la defensa ciega de las ideas de Enrique Peñalosa, su mentor político. Es decir, de moral todo, de evidencia nada.

Tercero, a algunos sectores y poblaciones les incomoda más escuchar este tipo de cosas en televisión que ver la condición de habitabilidad de calle en su contexto; la aspersión de glifosato que tiene un alto costo para la salud del campo y los mismos campesinos;  o la constante pero ya habituada negligencia del Estado que se empeña por afrontar el mismo problema con una estrategia de la década de los sesenta del siglo XX. . Es mucho más taquillero comentar en redes sociales y medios de comunicación el extraño caso de un niño intoxicado por tomar cerveza, que reconocer los más de 190.000 comparendos inconstitucionales por porte y consumo de SPA en el espacio público, que fueron una de las mechas de la agitación social de los últimos años, contra una institución como la Policía Nacional.

Cuarto y último, el amplio desconocimiento y desinformación que se mantiene ante el consumo y las personas consumidoras de sustancias psicoactivas legales e ilegales. Además de la estigmatización, se muestra una clara vulneración de derechos humanos de las personas consumidoras y su libre elección, así como la fiscalización de las decisiones personales e individuales de personas adultas.

La historia del sexo y las drogas

Ahora queremos exponer una aproximación frente a la frase mencionada. Cuando algunas afirmaciones hieren sensibilidades es porque radica niveles de verdad en ellas, por eso abordaremos algunos puntos que explican por qué las sustancias pueden ser “sexys”.

¿De qué estamos hablando? Una búsqueda rápida de significados y usos del lenguaje nos indica que la palabra sexy es un adjetivo (palabra que expresa una cualidad) que define o resalta algo que tiene “un atractivo físico y sexual”. Al analizarse esto detenidamente y observar los diferentes usos o funcionalidades que las personas le dan a sus consumos, evidenciamos que se encuentran directamente relacionados, por ello podemos observar que éste se da en contextos laborales (para aumentar el nivel de vigilia y producción ya sea con el café o la cocaína), con personas nuevas o amigos para mejorar la socialización y, por supuesto, para quienes saben cómo disfrutarlo con sus parejas afectivas o sexuales. Sin embargo, en todos ellos (y en los que no se mencionan) la relación directa sobre lo físico ya sea en lo que percibimos o como lo percibimos es fundamental en por qué y para qué consumen sustancias psicoactivas las personas.

En la historia, la sociedad siempre ha estado relacionada con el uso de sustancias. El término “psicotrópico” etimológicamente “proviene de dos palabras griegas de uso frecuente en los textos clásicos: psyché (mente) y trépo (tornar, volver, cambiar)”, lo que permite inferir que en aquella época no solo se usaban, sino que también ya se estudiaban, seguramente por médicos, químicos o botánicos que fundamentaron también la farmacología que actualmente se usa en la medicina. Sin embargo y aunque sea la cara más amable de las sustancias, el uso médico, terapéutico o religioso no es el único; y el uso para aspectos de ocio, fiesta o sexualidad también hacían parte en aquella época y sociedad. Como se evidencia con “Dioniso, el popular dios griego (Baco para los romanos) cuyo culto, antiquísimo, estaba relacionado con la fiesta, el vino, el teatro y el divertimento”…y es que “Algunas pruebas arqueológicas han determinado que el uso de sustancias psicotrópicas para llevar a cabo ritos y festejos era un hecho” también refleja aquella característica potenciadora de la socialización (ya sea para disminuir la timidez o aumentar la extroversión) que requiere o se presenta en estos contextos y que hasta nuestros tiempos aún ayuda para hablar de manera más fluida, sentirnos más seguros o interactuar con personas que nos atraen física o intelectualmente. Es allí, en ese efecto traducido en seguridad o confianza, que debemos profundizar.

Sin entrar en mayores detalles, las sustancias psicoactivas y todo su mecanismo de acción (cómo funcionan y en dónde funcionan) tienen la capacidad de actuar directamente sobre los lugares de recompensa cerebral, lo que (desprendiéndosede relaciones abusivas o problemáticas) establece dicha cualidad inherente como generadoras o potencializadoras del placer corpóreo. Lo sabían los griegos y lo sabemos nosotros; lo podemos observar en las pinturas ancestrales relacionadas con estas prácticas o en la actual representación de los medios en las películas y series audiovisuales que muestran a la típica persona bailando y tocando su cuerpo al ritmo de la música (generalmente asociado al éxtasis), disfrutando su cuerpo de forma desinhibida mientras logra ignorar y desprenderse de la atención que se le presta a los juicios o evaluaciones sociales de tipo moral que otros pueden hacer sobre cada uno. Una de las cosas más difíciles de lograr actualmente con las redes y entornos en los que nos encontramos inmersos diariamente, es que para muchos algo atractivo o deseado no lo es sólo por lo físico, sino también por lo cognitivo y emocional.

La manera en que nos relacionamos con el mundo radica en gran medida en la forma en que percibimos e interpretamos los estímulos y el ambiente, aspecto que lleva a que establezcamos diferentes intereses a explorar y nos permita comprender una parte más de lo que sucede en la realidad. De una manera simple pero compuesta, Alexander “Sasha” Shulgin (redescubridor de las feniletilaminas) concebía las sustancias psicoactivas como aquellas que eran capaces de cambiar las percepciones, abrir una vía en la que exploramos la consciencia y experimentamos las cosas, y es que esto se puede traducir en una palabra: “conocimiento”, conocimiento para observar y aprender de las cosas que ya estaban en nuestro universo cognitivo, pero también de acercarnos o entrar en las que no.

Lo desconocido y lo prohibido

Lo desconocido y prohibido en gran parte es sexy, despierta el interés y la curiosidad debido a que percibir y comprender cosas que se escapan al primer entendimiento es una condición básica de la razón y el cerebro. Por eso es apenas natural que en algún momento de nuestro ciclo de vida exista un deseo latente por conocer las drogas; deseo que ha sido, sobre todo en estos últimos cincuenta años, cohibido y reprimido por el miedo, el tabú y la persecución; deseo que a su vez se pone a prueba la primera vez que estamos en contacto con ellas, sea de forma directa o indirecta. Claramente la imposición de la moral o el pecado que impide acercarse a las drogas es un logro de la religión, más no de la ciencia, dado que la ciencia ha usado el recurso del daño para evitar este acercamiento, el cual también se ha visto derrotado por la superioridad de los enfoques de la gestión del placer y el autocuidado.

Para quienes han experimentado con las sustancias psicoactivas, es claro que este atractivo para consumirlas no solo está es en ese placer del cuerpo, sino que con ellas han logrado tener un espacio entactógeno  (palabra se deriva de la raíz “en” (griego: dentro), “Tactus” (latín: táctil) y “gen” (griego: producto)) o la capacidad de conectarse sólidamente con los pensamientos y emociones; también experimentar sus cualidades empatógenas o el cambio en la percepción de los estímulos sociales y del ambiente de forma más agradable, acompañado de una sensación de vinculación con el contexto, el lugar y las personas  con quienes se encuentra, lo que les permite conectarse de una forma más evidente y sencilla con sus emociones, pensamientos y allegados (entre muchas otras cosas), llevándolos a procesos de insight (o de entendimiento) que desembocan en aprendizajes posteriores al uso de las sustancias y potencian o mejoran aspectos de su vida. Lo anterior, permite concebir algunas sustancias con una cualidad de promoción del autocuidado (aunque pueda ser para algunos contradictorio), ya sea una conversación más avanzada o una percepción más profunda de su relación con el mundo. Ya lo hacían en la antigüedad, ya se lleva haciendo en la fiesta y ahora también se hace en lo medicinal, tanto para disminuir la ansiedad social, los dolores físicos o emocionales y hasta para tratar el trastorno de estrés postraumático.

Por ejemplo, en prácticas como el Chemsex[1], el objetivo fundamental es acceder a experiencias altamente placenteras que combinan la excitación sexual y la estimulación y desinhibición producida por las drogas. En ese sentido, el uso de las sustancias en el Chemsex se relaciona principalmente con la maximización del placer de los participantes, a través del aumento de la duración y la intensidad de las prácticas, la desinhibición y el aumento de la empatía. Esto facilita la erección, la dilatación, así como la disminución de la sensopresión del dolor y las sensaciones desagradables”,  señalan los investigadores de Échele Cabeza autores del Informe Chemsex en Colombia realizado en 2021  (Cuervo et al., 2021) . En efecto, los estudios de esta realidad encuentran una relación entre el uso de drogas o sustancias psicoactivas y la búsqueda de potenciar “un atractivo físico y sexual”;así es… la definición más sencilla que mencionamos antes de lo sexy.

Estudios de campo con jóvenes y adolescentes confirman que drogarse es sexy

Para profundizar en la relación entre el consumo de sustancias psicoactivas legales e ilegales y el atractivo, la sexualidad o sentirse “sexy” o ver a los otros “sexys”, traducimos a continuación, los principales hallazgos del “Estudio comparativo autoinformado de los efectos sexuales del alcohol, la marihuana y el éxtasis en una muestra de adultos jóvenes asistentes a la vida nocturna” “A comparison of self-reported sexual effects of alcohol, marijuana, and ecstasy in a sample of young adult nightlife attendees” realizado a 679 jóvenes entre 18 y 25 años en Nueva York, elaborado por Joseph J. Palamar, Marybec Griffin-Tomas, Patricia Acosta, Danielle C. Ompad & Charles M. Cleland.

“Dos tercios de los participantes (66.8%) reportaron sentirse más atractivos bajo los efectos del alcohol, 6 de cada 10 (60.6%) reportaron sentirse más atractivos con éxtasis, y una cuarta parte (25.3%) sintió más atractivo con marihuana. La atracción hacia los demás fue similar, pues la mayoría de los participantes (72.3%) informaron que el consumo de alcohol los lleva a sentirse más atraídos por los demás, seguido del éxtasis (64.3%), y luego marihuana (27.0%). La mayoría de los usuarios de alcohol (77.1%) y éxtasis (72.3%), pero solo una cuarta parte (26.1%) de los participantes informaron que esto ha aumentado al usar marihuana. De hecho, más de un tercio (36.4%) informaron que el consumo de marihuana es alto disminución de la excentricidad social.

Del mismo modo, el aumento del deseo sexual fue reportado por la mayoría de los usuarios de alcohol (62.3%) y éxtasis (58.3%), pero esto fue reportado por muchos menos usuarios de marihuana (31.6%). Tres cuartas partes (74.5%) de los participantes informaron que el éxtasis aumenta la sensibilidad del cuerpo, seguido de marihuana (49.1%) y alcohol (38.3%). De hecho, más de una cuarta parte (27.8%) de los usuarios de alcohol informó una disminución de la sensibilidad en el alcohol (en comparación con menos de 1 de cada 10 que informó esto para marihuana o éxtasis). Los hallazgos fueron similares para la sensibilidad de los órganos sexuales. La mayoría (85%) usuarios de alcohol informó tener un encuentro sexual después de beber, seguido de marihuana (74.7%) y éxtasis (56.8%). Se encontró un patrón similar para aquellos que informaron cualquier tipo de encuentro íntimo.

Entre aquellos que informaron haber tenido encuentros sexuales con una sustancia en particular. La extroversión fue más común con el alcohol (81.7%) y el éxtasis (74.3%) en comparación con la marihuana (45.9%), y la intensidad sexual (83.0%) y la duración de la interacción sexual (64.7%) fueron más altas en relación con el uso de éxtasis. El disfrute sexual reportado también fue mayor en éxtasis (66.5%) en comparación con alcohol (41.1%). Con respecto al orgasmo, la intensidad fue supuestamente más alta en éxtasis (63.0%) en comparación con el alcohol (29,5%) y la marihuana (44,9%), y la duración del orgasmo fue mayor en éxtasis (45.1%) en comparación con el alcohol (22.8%) y la marihuana (29.6%). Disfunción sexual, sin embargo, fue más comúnmente asociado con el uso de éxtasis (46.7%) y alcohol (40.2%) en comparación con uso de marihuana (21.3%).

Hubo seis diferencias estadísticamente significativas por género. La atracción sexual por alcohol fue mayor entre las mujeres (87.1%) que entre los hombres (78.3%) (p = .038) y la intensidad sexual fue mayor con el consumo de alcohol más entre las mujeres (69.8%) que entre los hombres (57.9%) (p = .018). Los hombres eran más propensos a informar una mayor duración de las relaciones sexuales en comparación con mujeres después del uso de alcohol (58.5% vs. 35.9%; p <.001). Además, informaron diferencias en la disfunción sexual por género para las tres sustancias; específicamente, los hombres tenían más probabilidades de informar una disfunción después del consumo de alcohol (49.5% vs. 24.8%; p <.001) y el uso de éxtasis (53.6% vs. 34.6%, p = .031), pero las mujeres tenían más probabilidades de informar una disfunción después del uso de marihuana (30.6% vs. 15.0%, p = .002).

En comparación con la marihuana, tanto el alcohol como el éxtasis se asociaron con mayores probabilidades de informar mayor atractivo sexual de uno mismo y de los demás, extroversión social y deseo sexual. Aumentado la sensibilidad de los órganos y los órganos sexuales tiende a estar más asociada con el éxtasis en comparación con el alcohol y la marihuana, y tanto los encuentros sexuales como íntimos tenían más probabilidades de ocurrir cuando un participante consumió alcohol en comparación con la marihuana o el éxtasis. Con respecto a los efectos específicos del encuentro, en comparación con la marihuana, los usuarios de alcohol y éxtasis tenían mayores probabilidades de informar sexual saliente después del uso. En comparación con el alcohol y la marihuana, el éxtasis aumentó las probabilidades de informar una mayor intensidad sexual y duración de las relaciones sexuales. En comparación con el alcohol, el uso de marihuana y el éxtasis se asoció con una mayor probabilidad de informar un mayor disfrute sexual o intensidad. En comparación con la marihuana, el éxtasis se asoció con un aumento en las probabilidades de informar mayor duración / frecuencia de orgasmo. El alcohol y el éxtasis se asociaron con aumentos en las probabilidades de informar la disfunción sexual en comparación con la marihuana, y el alcohol se asoció con un aumento

Es lamentable, en términos de derechos y libertades individuales, como políticos e influenciadores de opinión desgastan el debate en busca de controlar los deseos de las personas, su sexualidad, sus placeres, sus experiencias y sus consumos. El placer es como un secreto sucio que nos avergüenza tanto que no lo reconocemos como un hecho fundamental de la calidad de vida: somos seres que buscan el placer (Zampini et al, 2021). Esto tiene que ver, por supuesto, con el estigma asociado al consumo de drogas ilícitas, pero también con la doble desviación que supone la búsqueda de placer a través de un comportamiento ilícito y de la sexualidad como un tabú.

Sabemos que es duro aceptar los consumos de drogas o SPA en sociedad y mucho menos en público -porque seguro en la intimidad se usan las drogas para potenciar la sensualidad y el sexo-. las sustancias psicoactivas cumplen una función social clara en la interacción, que está ampliamente demostrada y se relaciona con: la desinhibición, el aumento de la líbido, la disminución de barreras de interacción, la confianza, el arrojo, la interacción social y el relajamiento, que en últimas terminan quitando el velo de la racionalidad y la moral, para avanzar hacia lo más instintivo de la relación biológica que es la interacción sexual, el acicalamiento, el intercambio de fluidos o la copulación. Esta última, ha quedado resuelta con el uso de una droga como el Viagra para obtener una de las demostraciones “más excitantes” del placer, como es la erección, que sin esta droga “para muchos maravillosa” no hubiera sido posible.

La investigación reciente muestra que la mejor manera de hacer un cambio en el uso de drogas psicoactivas es tratar a las personas usuarias como adultas y aceptar que siempre que una sustancia pueda generar placer se va a usar. Es por elloque se deben dar las herramientas necesarias para que la mayoría de las personas disminuyan el daño y los riesgos (Stuart, 2019) asociados a sus consumos. Las investigaciones que abordan el placer, la gestión de la vida, el uso de drogas para obtener beneficios espirituales, de salud, y también sexuales, entre otros, comenzarían a completar una imagen cultural de las motivaciones de la mayoría de consumidoras y consumidores y permitiría a los responsables políticos tomar decisiones más matizadas sobre cómo y por qué intervenir en el consumo de las mismas (Walker & Netherland, 2019).

… Dejando los prejuicios y estereotipos hacia las sustancias psicoactivas de lado, si alguien no encuentra sexy o atractivo aquellas posibilidades que permiten un uso adulto y adecuado de las mismas, no sabemos en dónde lo pueden encontrar. Reconociendo que no todos encontramos atracción sobre lo mismo, disfrutemos de la diversidad sin señalar ni estigmatizar.

Referencias

Cuervo, F., Rocha, D., Useche, J., & Gordillo, C. (2021) Chemsex en Colombia     . Una mirada exploratoria al uso de drogas en prácticas sexuales. Échele Cabeza cuando sé de en la cabeza. Disponible en: https://www.echelecabeza.com/wp-content/uploads/2021/02/chemsex_compressed.pdf

Joseph J. Palamar, Marybec Griffin-Tomas, Patricia Acosta, Danielle C. Ompad & Charles M. Cleland. “A comparison of self-reported sexual effects of alcohol, marijuana, and ecstasy in a sample of young adult nightlife attendees”. http://www.redalyc.org/html/2891/289122033005/

Stuart, D. (2019). Chemsex: origins of the word, a history of the phenomenon and a respect to the culture. Drugs and Alcohol Today, 19(1), 3–10. https://doi.org/10.1108/DAT-10-2018-0058

Walker, I., & Netherland, J. (2019). Developing a transformative drug policy research agenda in the United States. Contemporary Drug Problems, 46(1), 3-21.

Zampini, G., Ayoola, A. & Gomez, M. (2021) Last Night a DJ Saved My Life: Digital words with Constellations panellists. Talking Drugs.

[1] https://www.echelecabeza.com/chem-sex-colombia-informe/

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